Hay dos formas de ver una película mala: la primera,
porque le estás echando
los perros a una jovencita de vientre
plano y pechos protuberantes (en ese caso terminamos viendo la saga de
Crepúsculo o cualquier peli donde aparezca un tipo sin camisa y de abdominales
perfectas); la segunda, que
te obliguen a verla.
A Clockwork Orange (Warner Bros)
¿Pero cómo un tipo grande o una mujer llena de
carácter terminan siendo obligados a ver una película? No me refiero a un experimento del
gobierno como si se tratara de Alex en
la Naranja Mecánica, pero sí a la imposibilidad de salir del recinto en el que
se proyecta el film y correr, huir hasta que las piernas se queden sin fuerza. En mi caso ha pasado en dos
ocasiones particulares: una clase en la
que ver la película signifique una futura evaluación o un viaje de una ciudad a
otra en autobús.
Para un tipo como yo, pequeño burgués, los ingresos
me permiten viajar en autobús pero no soy lo suficientemente acaudalado para hacerlo en primera
clase, donde los asientos tienen
pantallas individuales y el pasajero decide qué peli quiere verse o mejor,
dormir y ya sin ser molestado por el ruido de altavoces comunitarios.
¿Por qué no hacer otra cosa y no prestar atención a
los 90 o más minutos de película mediocre? ¡Por morbo! Porque una película mala (en especial las de
Hollywood) te llama con un encanto particular, quizás el de la nostalgia de la niñez, cuando el 97,3% de las películas
que veías eran bodrios o las más taquilleras del cine, valga la redundancia, y
las disfrutabas una y otra vez.
Así que dejamos a un lado los audífonos del
reproductor de mp3 que nos hubiera podido salvar con las discografías completas
de Los Beatles y los Rolling Stones (sí,
soy orgullosamente ‘bisexual’ en ese dilema musical) y hacemos un esfuerzo sobrehumano por
deleitarnos con la magia del cine hecha video e intentamos escuchar los
diálogos casi siempre doblados al
español e inaudibles por el ruido del motor del bus y la carretera.
No hay vuelta atrás porque en ese momento sabemos que
sólo el final y la rodada de créditos con música de fondo nos permitirá dormir
en paz.
Bueno, siempre se ha sabido que la nostalgia es un buen promotor para excusar cualquier cosa.
ResponderEliminar