miércoles, 26 de diciembre de 2012

Sin escape


Hay dos formas de ver una película mala: la primera, porque le estás echando los perros a una jovencita de vientre plano y pechos protuberantes (en ese caso terminamos viendo la saga de Crepúsculo o cualquier peli donde aparezca un tipo sin camisa y de abdominales perfectas); la segunda, que te obliguen a verla.


                                         A Clockwork Orange (Warner Bros)


¿Pero cómo un tipo grande o una mujer llena de carácter terminan siendo obligados a ver una película? No me refiero a un experimento del gobierno como si se tratara de Alex en la Naranja Mecánica, pero sí a la imposibilidad de salir del recinto en el que se proyecta el film y correr, huir hasta que las piernas se queden sin fuerza. En mi caso ha pasado en dos ocasiones particulares: una clase en la que ver la película signifique una futura evaluación o un viaje de una ciudad a otra en autobús.

Para un tipo como yo, pequeño burgués, los ingresos me permiten viajar en autobús pero no soy lo suficientemente acaudalado para hacerlo en primera clase, donde los asientos tienen pantallas individuales y el pasajero decide qué peli quiere verse o mejor, dormir y ya sin ser molestado por el ruido de altavoces comunitarios.

¿Por qué no hacer otra cosa y no prestar atención a los 90 o más minutos de película mediocre? ¡Por morbo! Porque una película mala (en especial las de Hollywood) te llama con un encanto particular, quizás el de la nostalgia de la niñez, cuando el 97,3% de las películas que veías eran bodrios o las más taquilleras del cine, valga la redundancia, y las disfrutabas una y otra vez.

Así que dejamos a un lado los audífonos del reproductor de mp3 que nos hubiera podido salvar con las discografías completas de Los Beatles y los  Rolling Stones (sí, soy orgullosamente ‘bisexual’ en ese dilema musical) y hacemos un esfuerzo sobrehumano por deleitarnos con la magia del cine hecha video e intentamos escuchar los diálogos casi siempre doblados al español e inaudibles por el ruido del motor del bus y la carretera.

No hay vuelta atrás porque en ese momento sabemos que sólo el final y la rodada de créditos con música de fondo nos permitirá dormir en paz.

1 comentario:

  1. Bueno, siempre se ha sabido que la nostalgia es un buen promotor para excusar cualquier cosa.

    ResponderEliminar